Estoy segura de que Eva, mi compañera de piso, a matado a Elena, la otra compañera de piso.
La cosa fue cuando llegué el miercoles destrozada a casa y me vi a Eva en el salón. ¿Y Elena? Siempre somos las últimas en acostarnos.
- Está en su cuarto. ¡No sé que le ha pasado! Ha llegado y ha dicho que estaba cansadisima.-
- Que raro... - Musité
Sara, siguió dejando que OT le sorbiera el seso mientras yo, me acomodé y me hice un popurrí de embutidos. El asunto me llamaba la atención: ¿Elena... cansada? ¡Desde cuando! La chica incombustible, la de las fiestas odiseacas,... Pero... podría ser creible. Todo gran héroe (en este caso heroina) necesitaba descansar.
Y tampoco le dí más vueltas.
Hasta ayer, que, otra vez, Elena no estaba. Y Eva tenía, según ella, la mano quemada.
- ¡Ay Ana! ¡He querido imitarte haciendo puré de calabación y me he quemado la mano! A tenido que venir Javi a curarme. ¡Ay que risa!
Si... claro...
La habitación estaba en total silencio y ella no mencionó en nigún momento a la susodicha. Pero, preferí no hacerlo. ¿Y si me mataba a mí también?
De todas formas no tenía pruebas.
Dormí y soñé con procesos burocráticos que implicaban arañas.
Y esta mañana, ese sonido tan peculiar de Elena llegando tarde a tooodoos lados y abriendo y cerrando sus armarios correderos, no estaba. ¿Dónde esta Elena? En un alarde de valentía, se lo pregunté.
- Ni idea. - La muy sádica se encogío de hombros.- Quizás se abrá ido a dormir a casa de su amiga Laura.
Agobio. Horror. Elena no estaba y la siguiente era yo.
Ahora me encuentro escribiendo estas palabras en mi blog e implorando que Elena, donde quiera que esté este viva. ¡Yo te rescataré!
¡Madre mia! El café me está sentando mal. Las tostadas se me atoran por la garganta.
Al medio día que no está aprovecharé para resgistrar sus habitaciones.