lunes, 3 de marzo de 2008

Hamburguesas

A la una y media, he cogido lo primero que he pillado y he bajado a comprar a la plaza.

-Pongame cuatro muslitos de pollo y dos hamburguesas.
-¿Te limpio los muslos?

Ante mi incompetencia como maruja, he mirado a la pollera de hito en hito y le he dicho:

-Sinceramente, me da igual.

Mentira. "Sinceramente, no tengo ni idea". Pero tampoco era para quedar de inculta delante de ella y su amiga.

Después, la frutería. ¿Cómo voy hacer el pollo? Con cebollitas. Sí. Haré un sofrito y luego echaré los muslitos. Un poquito de vino le vendría genial.

-Por favor, dos tomates para guisar y tres cebollas.
-¿Para guisar? ¿Asi blanditos no?
-Sí, por favor.
-Ochenta y cinco centimos.

Me encanta comprar al por menor.

Luego, al super. Me hace falta... vino blanco, especias, lechuga (con lo que comes, más vale hacer una ensalada), unos espárragos y leche ideal para la próxima crema de verduras.

Recojo el correo, hoy solo está la Gaceta de Getafe y un gasto inútil de papel en publicidad.

Después de los tres pisos a pié, recoger el fregao del día anterior para despejar un poco la minúscula cocina, ordeno todo y comienzo a la faena:

Primero organizar todo, luego pelar media cebolla. Hoy como sola y no necesito tanto. Pongo la sarten con el aceite y mientras comienza a calentarse, friego el desayuno. Mientras se dora la cebolla con un diente de ajo, corto el tomate, para hacer el sofrito. Los dos tomates. ¡Ole! Que le den mucho saborcito.

Hecho una hamburguesa. Me parece poco. Echo la otra. Un poco de oregano, algo de sal y una pizca de pimienta. Y mientras se hace, veo un poco de los Simpson.

Cuando me voy a servir me doy cuenta: sobra media sarten. O faltas tu.

La fuerza de la rutina se ha impuesto a mi ojo crítico: he vuelto a cocinar para dos. Suspiro. Luego sacaré un tapper y lo dejaré para cuando tu vuelvas... o para cuando no estés y vuelva a comer sola.